Un sentido homenaje a Juan Carlos Rodríguez Porras

La vida es a veces muy injusta y al comienzo de la pasada semana nos dejaba antes de tiempo un gran empresario y amigo muy querido por la familia Peñarroya, Juan Carlos Rodríguez Porras, destacado arquitecto y Presidente de Myramar.

Excelente profesional y aún mejor persona, enormemente generoso, discreto, sencillo, entregado a su familia y muy amigo de sus amigos, entre los que tanto mis hijas como yo teníamos el privilegio de contarnos.

Hoy quiero compartir en este blog personal las palabras que le dedicaba Cristina Rosón en la necrológica publicada en Diario Sur, la semblanza de un hombre de trayectoria irrepetible, tanto en lo profesional como en lo personal, muy querido en mi familia y al que muchos echaremos de menos.

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Au revoir, papá

Somos muchos los que hoy no nos imaginamos el skyline de Málaga sin el cubo de cristal que alberga el Centre Pompidou Málaga. Somos muchos los que hoy no nos imaginamos como será nuestra visa mañana sin la persona que lo soñó: Juan Carlos Rodríguez Porras. Arquitecto y soñador a partes iguales.

Siempre huyó de todo protagonismo y quizás por eso era la cara menos conocida de un proyecto tan visible y malagueño como es Muelle Uno. Pero el estaba en los detalles, en los grandes y en los pequeños: en el cubo de cristal – que originariamente proyectó mucho más ambicioso- y en los secamos de los cuartos de baño – que escogió personalmente-; en los bancos de madera que miran al mar y en la fuente para canes que hay sobre una de las cubiertas. En los toldos confeccionados con velas de barcos y en los zocos de los domingos; él está en todos y cada uno de sus rincones aunque, desde el pasado domingo, él ya no esté.

Y no sólo le debemos el cubo y Muelle Uno, dos de los iconos de la arquitectura malagueña actual; hay otros muchos edificios que llevan su firma y su alma. Sus proyectos de gastronomía, por ejemplo, suman tres estrellas Michelin en Málaga, las que se reparten entre el restaurante de Dani García (Marbella) y el Restaurante José Carlos García. Para ambos cocineros diseñó proyectos muy diferentes, sinceros y comprometidos con la esencia de cada uno. Apasionado como nadie, disfrutaba como un niño de estos proyectos en los que se colaba hasta en la cocina -literalmente- para diseñar experiencias completas que iban más allá de la arquitectura.

Todo tenía un sentido y un por qué, desde unos libros amontonados aparentemente descuidados sobre una mesa de camilla hasta un puñado de jazmines que colgaban del techo. Todo sucedía por algo y ese algo, en muchas ocasiones, se parecía bastante a la magia.

Y esa magia le ha llevado también a proyectos residenciales -para los que se imaginaba siempre a las personas que lo iban a habitar y acababa llenándolos de detalles personales como remedios para el ardor de estómago en la mesilla, antigua discos de vinilos o fotos de folclóricas dedicadas-, hoteleros, comerciales… y hasta ese «hasta luego, aquí os quedáis» que se ha marcado y que también ha querido que fuera a su manera.

Mientras pensaba, dibujaba; mientras hablaba, dibujaba, mientras callaba, sobre todo mientras callaba, dibujaba; y de dibujos llenaba las paredes acristaladas de su despacho de la Avenida de Andalucía. Dibujos de los jardines verticales que adoraba, de los atardeceres desde Muelle Uno que tanto le gustaban; de los cabellos de sus hijas enredados con las olas.

Así era él. se enfadaba mucho, olvidaba pronto, reía con ganas, fumaba a escondidas, prefería pedir perdón a pedir permiso y tenía una máxima: que la realidad nunca te estropee una buena foto.

Ésta seguramente no ha sido su mejor foto pero la realidad es que, esté donde esté, le vamos a echar mucho de menos.

Suscribo cada una de estas palabras… siempre te llevaremos en el corazón, Juan Carlos. DEP.

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